ESTAMBUL

¡Al final rumbo a Estambul!

Mi amiga Belen y yo, desde la pasada Navidad, una idea rondaba nuestras cabezas: ¡un viaje! nos encanta hacer escapadas, así que nos pusimos manos a la obra para decidir dónde sería nuestra próxima aventura. Nos reunimos, pusimos sobre la mesa un sinfín de posibilidades: la soleada Mallorca, las verdes Islas Azores, también pensamos en Cabo Verde... y por supuesto, la fascinante Estambul.

Tras sopesar días, presupuestos y, lo más importante, qué nos apetecía más, la balanza se inclinó claramente hacia la ciudad que une dos continentes. Estambul nos conquistó por sus precios, por los días que teníamos disponibles y por qué pensamos que después de pasar unos días en Marrakesh que nos fascinó, Estambul prometía. Así que, con la decisión tomada y con mucha ilusión, ya teniamos destino.


¡Un viaje entre bazares, historia y belleza!

Nos hospedamos en el Arena Hotel - Special Class, un alojamiento con mucho encanto y excelentemente ubicado en el barrio de Sultanahmet, la zona más turística de Estambul. El hotel se encuentra a pocos minutos del mar y muy cerca de los principales puntos de interés, como la Mezquita Azul, Santa Sofía y el Palacio Topkapi. La habitación era muy cómoda y tranquila, ideal para descansar después de largas caminatas por la ciudad. El desayuno, incluido en la estancia, fue correcto y suficiente para empezar bien el día. Lo mejor, sin duda, fue su ubicación: gracias a ella pudimos recorrer la mayor parte de los lugares emblemáticos a pie, lo que nos permitió disfrutar aún más del ambiente y la vida en las calles de Estambul.

Al día siguiente de nuestra llegada, hicimos un free tour con Jashin, un guía muy amable y bien informado. Siempre que viajo a una ciudad nueva, me gusta hacer un free tour al principio para situarme, entender mejor el entorno y tener una visión general de los principales puntos de interés.

El recorrido comenzó en la fuente circular decorativa de la Plaza de Sultanahmet, ubicada entre dos de los templos más icónicos de Estambul: la Mezquita Azul y la basílica de Santa Sofía. Desde allí, Jashin nos habló de aspectos prácticos muy útiles, como el funcionamiento del transporte público, que por cierto funciona de maravilla y es muy económico y del cambio de moneda. En cuanto al transporte público, debes comprar una targeta conocida como Istanbulkart, es una tarjeta recargable que funciona como una billetera electrónica que te da acceso a todos los medios de transporte público de la ciudad, incluyendo autobuses, metro, tranvía, ferris y funiculares. Para utilizarla, solo necesitas acercarla al lector al ingresar o salir del transporte. El costo del viaje se descuenta automáticamente del saldo disponible en la tarjeta.

A pocos pasos de allí, nos detuvimos frente a las impresionantes fachadas de la Mezquita Azul y Santa Sofía, donde nos invitó a observar los detalles arquitectónicos que muchas veces pasan desapercibidos entre las multitudes. Durante la explicación sobre la Mezquita Azul, aprendimos que fue construida por el sultán Ahmed y destaca por su impresionante interior, decorado con más de 20.000 azulejos azules y 20 cúpulas. Es la mezquita con más minaretes de Estambul (seis), que alcanzan los 20 metros de altura. Cada día se realizan cinco llamadas al rezo, entonadas en árabe. Antes de orar, los fieles deben realizar un ritual de lavado, y rezan siempre mirando hacia La Meca (al sur), con espacios separados para hombres y mujeres. El rezo es obligatorio y suele durar entre 5 y 10 minutos.

Sobre la Mezquita de Santa Sofía, Jashin nos contó que tiene más de 1.500 años de historia y ha soportado seis terremotos importantes. Fue originalmente una basílica cristiana, y hoy funciona como mezquita musulmana. Esta doble identidad se percibe en su interior, donde conviven mosaicos y pinturas cristianas con elementos islámicos. La entrada cuesta 25 euros, pero la visita es imprescindible por su valor histórico, arquitectónico y espiritual.

Un dato interesante que nos compartió es que el número de minaretes de una mezquita indica el estatus de la persona que la mandó construir: a más minaretes, mayor prestigio. En toda la ciudad hay aproximadamente 3.000 mezquitas, 200 iglesias y 40 sinagogas, lo que refleja la diversidad religiosa y cultural de Estambul. Actualmente, el 90% de la población es musulmana. Continuamos la ruta pasando por lugares como el Palacio de Topkapi, antigua residencia de los sultanes otomanos, y la Cisterna Basílica, un impresionante depósito subterráneo de agua con columnas esculpidas que evocan un ambiente muy especial.

Seguimos hacia la plaza del antiguo Hipódromo de Constantinopla, un espacio público donde se celebraban las carreras de cuadrigas en la época romana. Allí se encuentra el Obelisco de Tutmosis III, con más de 1.600 años de historia, una de las pocas estructuras originales que aún se conserva. Este lugar también fue escenario de encuentros sociales y políticos importantes de la ciudad. Jashin nos habló también del Mar de Mármara, considerado el mar más pequeño del mundo. Es una pieza clave de la geografía de Estambul, ya que conecta la parte asiática con la europea a través del estrecho del Bósforo. Además, nos recordó que hace exactamente 100 años Turquía se convirtió en república, un cambio político muy significativo que sigue marcando la identidad del país.


A continuación, comparto algunas de las visitas imprescindibles que hicimos y nuestros sitios favoritos:

Mezquita Azul

Es uno de los templos más impresionantes y emblemáticos de Estambul que fue inaugurada en el año 1617 durante el reinado de Mustafá I. Su nombre original en turco es Sultanahmet Camii, ya que se encuentra en pleno corazón del histórico barrio de Sultanahmet. La mezquita destaca por su imponente cúpula central, que alcanza los 23 metros de diámetro y los 43 metros de altura, creando una sensación de amplitud, solemnidad y paz, nada más entrar. También es conocida por sus seis minaretes, un número poco habitual incluso entre las mezquitas más importantes del mundo islámico, lo que en su época generó cierta controversia, ya que igualaba en número a los minaretes de La Meca.

Pero lo que le da su nombre más popular es el interior: más de 20.000 azulejos de cerámica de Iznik, en tonos predominantemente azules y turquesa, decoran las paredes, bóvedas y columnas, creando una atmósfera mágica cuando la luz natural se filtra a través de sus aproximadamente 200 vidrieras de colores, muchas de ellas traídas de Venecia. Estos azulejos están decorados con motivos florales y geométricos que evocan la armonía y la belleza de la naturaleza. La moqueta roja que cubre el suelo contrasta con los tonos fríos de las paredes, y el gran candelabro central aporta una iluminación tenue y cálida. Antes de entrar, como en todas las mezquitas, hay que descalzarse, y las mujeres deben cubrirse el cabello. Además de ser un lugar de culto activo donde se realizan las cinco oraciones diarias, la mezquita es también un símbolo de la ciudad y uno de los monumentos más visitados por los viajeros de todo el mundo y no me extraña. De noche, iluminada, ofrece una estampa aún más espectacular, especialmente cuando se contempla desde la cercana plaza de Sultanahmet, con Santa Sofía al fondo.

Basílica Santa Sofía

Es el gran emblema de Estambul. Esta mezquita fue construida durante el mandato de Justiniano, entre los años 532 y 537 y representa una de las grandes obras del arte bizantino. Después de tener funciones de iglesia durante 900 años, en 1453 fue reconvertida en mezquita, con cuatro grandes minaretes. Fue Ataturk quien transformó el templo en un museo, pero recientemente, en 2020, recuperó de nuevo su función de mezquita. Tiene una gran cúpula de 30 metros de diámetro y su interior es impresionante. En la actualidad, los mosaicos de la segunda planta y sus grandes medallones están escondidos detrás de unas cortinas.

Plaza de Sultanahmet

Esta plaza fue para nosotras el punto de referencia durante todo el viaje. Desde allí partíamos y regresábamos constantemente. Es un sitio con mucha vida, tanto de día como de noche, y tiene algo especial, entre historia y espiritualidad. Aquí pudimos escuchar bien el canto del muecín, esa llamada a la oración que se repite cinco veces al día y que envuelve toda la plaza con un sonido sobrecogedor, especialmente al atardecer. Muy cerca se encuentra el antiguo Hipódromo de Constantinopla, que en su época acogía carreras de caballos y grandes eventos para más de 100.000 personas. Hoy es un amplio espacio abierto donde todavía se conservan algunos restos de aquella época gloriosa, como la Columna de Constantino y el Obelisco de Tutmosis III, que es nada menos que el monumento más antiguo de Estambul. Pasar por esta plaza una y otra vez nos ayudaba a ubicarnos, pero también se convirtió en un lugar donde simplemente nos gustaba parar, observar, y disfrutar del ambiente único que solo Estambul puede ofrecer.


La Mezquita de Suleimán: un remanso de paz con vistas inolvidables!

De todos los lugares que visitamos en Estambul, la Mezquita de Suleimán fue sin duda uno de los que más nos impactó. No solo por su belleza y su historia, sino por la sensación de paz que se respira en cuanto cruzas su patio. Está situada en una de las siete colinas de la ciudad, así que las vistas desde allí son increíbles, una panorámica del Cuerno de Oro que te deja sin palabras.

Fuimos caminando sin prisa, disfrutando del entorno, y al llegar nos encontramos con un espacio amplio, luminoso y sorprendentemente tranquilo. A pesar de ser una mezquita muy importante, había pocos turistas y eso le daba un aire más íntimo, casi sagrado.

Suleimán, el sultán que mandó construirla, fue un personaje fascinante: gobernante, poeta, amante del arte y reformista. Su figura imponía respeto en Occidente y admiración en Oriente. La mezquita fue diseñada por su arquitecto de confianza, Mimar Sinan, y no me extraña que sea considerada una de sus obras maestras. Por dentro es sobria y elegante, pero a la vez muy rica en detalles. Los azulejos de Iznik, las vidrieras de colores que filtran la luz suavemente, los techos altísimos… todo contribuye a crear una atmósfera especial. Incluso el eco de los pasos tiene algo mágico, como si todo allí estuviera pensado para invitar al recogimiento.

También visitamos el pequeño cementerio anexo a la mezquita, que nos pareció un lugar lleno de simbolismo. Allí se encuentra el mausoleo o türbe, las tumbas de Suleimán y su esposa Hürrem Sultan (Roxelana) e hijos, justo detrás del muro. Las tumbas son realmente sorprendentes, son grandiosas y ostentosas, reflejando la importancia y el poder de los sultanes otomanos por su ornamentación, por el respeto que inspiran, y por el peso de la historia que contienen. Hürrem, además, tuvo un papel importantísimo en la historia del Imperio Otomano, siendo una de las grandes protagonistas del llamado “Sultanato de las Mujeres”, una etapa donde las mujeres del entorno del sultán ejercieron una enorme influencia política y cultural.

Torre Gálata

Situada en el distrito de Beyoğlu en Estambul, es una histórica torre de piedra construida por los genoveses en 1348. A lo largo del tiempo ha servido como torre de vigilancia, prisión y observatorio. Tiene un mirador de 360°: Desde lo alto (unos 67 metros de altura), se puede ver el Bósforo, el Cuerno de Oro, Sultanahmet, Santa Sofía y la Mezquita Azul. Pero decidimos no subir, pensamos que no valía la pena pagar la entrada de 50€/persona.

Bazar de las Especias

Ubicado en el barrio de Eminönü y muy cerca del Puente de Gálata, fue una de nuestras visitas favoritas. Solo entrar, ya te envuelve una mezcla de aromas dulces y picantes, y una explosión de colores que lo convierten en un auténtico placer para los sentidos. El bazar está construido en forma de L y cuenta con seis puertas de entrada, cada una llevando a pasillos llenos de vida, sabores y curiosidades.

Es un sitio ideal para comprar dulces típicos como los lokum (delicias turcas), frutos secos, tés, especias de todo tipo, quesos y otros productos locales. Los tenderos cuidan mucho la estética de sus puestos, creando composiciones visuales que casi parecen obras de arte, para mi gusto demasiado. No pudimos evitar hacer varias paradas a probar tés y pistachos, ¡y caer en la tentación de llevarnos algunos a casa!

En el exterior del bazar también hay un mercado de aves y flores, lleno de colorido y muy auténtico. Muy cerca, siguiendo el recorrido comercial de la ciudad, se encuentra el famoso Gran Bazar, considerado uno de los mercados cubiertos más grandes y antiguos del mundo, con más de 4000 tiendas repartidas en decenas de calles internas. Aunque suele estar más orientado a los turistas, es un lugar que hay que ver al menos una vez por su historia, su arquitectura y ese ambiente único que mezcla lo tradicional con lo moderno. Entre puestos de comida, de alfombras, lámparas, cerámicas pintadas a mano, bolsos, joyas y souvenirs, es fácil perder la noción del tiempo.

Mi madre siempre me había hablado con fascinación del Baile de Derviches cuando visitó Estambul, y esa fue una de las razones por las que nos apetecía vivir la experiencia. Adquirimos nuestras entradas a traves de este enlace https://www.tickets-istanbul.com/es/derviches-danzantes/ (19 euros/persona) y, de inmediato, percibimos que no se trataba de un mero espectáculo para turistas, sino de una profunda ceremonia religiosa y espiritual. La ceremonia comienza con 15 minutos de música turca tradicional y se celebra en el Centro Cultural HodjaPasha de Estambul. Para situarnos: Los derviches son sufistas islámicos que se agrupan en tariqas o hermandades. Siguen una corriente espiritual mística surgida en Persia en la que sus miembros mantienen una actitud ascética, es decir, indiferente hacia los bienes materiales. Durante siglos, varias tariqas se han formado y disuelto, aunque la primera de la que se tiene constancia, la Qadiriyya, fue creada en 1166. Cada hermandad tiene sus trajes y rituales característicos. Sin embargo, destacan por encima de las demás los Mevleví, también conocidos como Derviches Giróvagos. Éstos buscan un estado de hipnotismo mediante danzas giratorias para alcanzar el éxtasis religioso.

Se trata de una danza hipnótica y los derviches giróvagos alcanzan el éxtasis religioso mediante una danza-meditación siempre acompañados por música de flauta, tambores y otros instrumentos tradicionales, como el saz o el kamanché. En ella los derviches giran sobre sí mismos, con los brazos extendidos, simbolizando la ascensión hacia la verdad y la perfección, abandonando el ego. La mano derecha se extiende hacia arriba con la palma apuntando hacia el infinito, mientras que la mano izquierda apunta al suelo. Esto quiere decir que el danzante es un mediador entre el cielo y la tierra. Además, el girador debe permanecer con los ojos abiertos sin mirar a ningún punto fijo para que las imágenes que perciba sean borrosas. Es bonito de ver y recomendable y no te deja infiderente, nos quedamos un poco impactadas por el baile y las sensaciones intensas que transmite los movimientos del baile.


Palacio Topkapi

Si hay un sitio que te deja con la boca abierta en Estambul, ese es el Palacio Topkapi. Es como la joya de la corona del Imperio Otomano, el símbolo de todo su poderío. La verdad es que la visita es súper interesante y te la recomiendo un montón. La entrada, que nos costó 45€/persona, incluye también la Iglesia de Santa Irene. Es una joya arquitectónica que, aunque está medio en ruinas, es tan impresionante que a menudo se usa para conciertos.

Imagina un complejo palaciego gigante, con cientos de habitaciones y salones. Aunque no todo está abierto al público (desde 2020 solo se pueden ver las partes más importantes), lo que sí ves ya te deja sin palabras. Destaca el Harén Imperial Otomano y el tesoro, sorprenden piezas como el famoso Diamante del Cuchillero y la Daga de Topkapi. Pero no solo eso, también tienen colecciones de ropa antigua otomana, armas, armaduras, miniaturas, reliquias religiosas y hasta manuscritos iluminados. Es muy bonito de ver y se puede apreciar todo tipo de detalle. Es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1985. El palacio es enorme, unos 700.000 metros cuadrados, con cuatro patios interiores y un montón de edificios, como la sala de armas, las cocinas, los establos reales, el tesoro, el harén... un mundo dentro de otro mundo.

Una de las zonas que más me impactó del palacio fueron las estancias del Harén, que en árabe significa "parte prohibida", era exclusivamente para las mujeres. Ha sido un lugar cerrado y misterioso durante siglos, y aunque solo se pueden visitar unas pocas de sus decenas de habitaciones, es un espacio impresionante y lleno de misticismo. Se estima que más de 400 habitaciones albergaban a todo un séquito: desde la Reina Madre, que era la jefa del harén, hasta familiares, sus concubinas con sus hijos y los eunucos, consortes, príncipes y todo el círculo del monarca. Caminar por ahí te hace imaginar toda la vida que se escondía entre esos muros: intrigas, jerarquías, secretos...pero sobre todo comprender cómo vivían y, sobre todo, cuál era el destino de las mujeres que residían allí. Más allá de la belleza de los salones y patios, se percibe la realidad de un sistema donde la vida de muchas estaba predeterminada por su posición dentro de este complejo universo. Desde la educación esmerada para algunas hasta la espera de ser llamadas por el sultán para otras, cada mujer tenía un papel y un futuro que, en gran medida, escapaba a su control. La intrincada red de relaciones y la lucha por el poder eran constantes, y entender esto añade una capa de profundidad emocional a la experiencia de recorrer el Harén.

La Puerta Imperial es la entrada principal y, una vez que la cruzas y entras al primer patio, de repente sientes una paz y una tranquilidad que no te esperas. Luego está el Salón Imperial, que era como la sala del trono. Es una sala abovedada del siglo XVI decorada hasta el último detalle, donde hacían recepciones y espectáculos. Tenía hasta puertas secretas para otras habitaciones. En el centro, junto al trono, hay un pórtico de columnas azules que divide el espacio. Cada detalle es alucinante y te pide que pares y lo mires con calma.

Son 15.000 metros cuadrados de edificios, pasillos, jardines y fuentes, con habitaciones decoradas de forma maravillosa. Alfombras, azulejos, mosaicos, vidrieras… un auténtico festival de color, sobre todo el verde, que nadie de fuera conocía. Cuanto más avanzas, más te impresiona el lugar.

En 1853, el sultán Abdulmecid decidió mudarse al Palacio de Dolmabahçe, más moderno. Pero a día de hoy, el Topkapi sigue siendo uno de los mayores imanes turísticos de Estambul. Otro punto que me sorprendió fue el Tesoro Imperial. La opulencia de los sultanes se muestra ahí sin tapujos. Desde joyas que te deslumbran hasta el famoso puñal de Topkapi, sí cada pieza te cuenta una historia de poder y muchísima riqueza, así como la vajilla porcelana fina y delicada que compraban en china y utensilios para cocinar del tiempo de los otomanos. También pasamos por las enormes cocinas, que te dan una idea de la cantidad de gente que debía vivir y comer en la corte cada día.

De verdad, es difícil no dejarse llevar por la historia que envuelve cada rincón de este palacio. Pasear por sus patios y salones es como abrir una ventana al pasado y asomarse a la majestuosidad del Imperio Otomano. Cada edificio, cada detalle cuidadosamente conservado, te transporta a una época de esplendor. Y como si eso no fuera suficiente, las vistas desde el palacio son de esas que se graban en la memoria para siempre.

Nos apetecía muchísimo probar un auténtico Hammam durante nuestro viaje, y elegimos el Acemoğlu Hamam, que resultó ser una experiencia increíblemente auténtica y relajante. ¡Muy recomendable! Pagamos 29€/persona (compramos las entradas aquí) y, la verdad, mereció cada euro. Este baño turco es del siglo XV, construido nada menos que por el sultán Mehmed de Fatih, así que además de relajarte, te sientes totalmente transportado en el tiempo. La experiencia empezó con una exfoliación corporal bastante intensa sobre una gran mesa de marmol caliente muy agradable al contacto de la piel, luego vino un tratamiento de espuma que acaricía todo el cuerpo, seguido de un masaje relajante y el baño tradicional. Para terminar, nos aplicaron una mascarilla de arcilla en la cara. Después, pasamos a la zona de piscina con chorros, sauna seca y sauna húmeda. Un gustazo total. Salimos como nuevas, con la piel suave y una sensación de paz absoluta. Si te apetece un momento de autocuidado y desconexión en Estambul, este sitio es un acierto seguro.

La Basílica Cisterna, también conocida como la Cisterna Sumergida fue una de esas visitas que teníamos clarísimo que no nos podíamos perder. Fuimos a primera hora de la mañana para evitar las colas (¡y menos mal, porque luego se pone hasta arriba!). Y wow… qué sitio tan impresionante.

Entrar ahí es como adentrarse en un palacio subterráneo, con sus enormes columnas iluminadas, todo reflejado en el agua. Parece de otro mundo. La construyeron en el año 532, durante la época bizantina, porque Estambul necesitaba un sistema para almacenar agua bajo tierra. Tiene una capacidad de 80.000 litros y, aunque ahora el nivel del agua está bajito, la sensación sigue siendo muy poderosa.

En los años 80 la restauraron (¡sacaron 50.000 toneladas de barro!) y prepararon pasarelas a ras del agua para que los visitantes podamos pasearnos tranquilamente entre las columnas. Y es que no son columnas cualquiera: hay más de 300 y muchas son recicladas de templos antiguos, así que cada una es diferente. Lo más famoso y curioso del sitio son, sin duda, las dos cabezas de Medusa que hay en las bases de dos columnas, colocadas en una esquina del recinto. Una está de lado y la otra boca abajo. La tradición dice que se colocaron así para anular el poder de su mirada, porque ya sabes... la Gorgona tenía la fama de convertir en piedra a quien se atreviera a mirarla.

No se sabe muy bien de dónde salieron esas cabezas, pero se cree que fueron reutilizadas de algún edificio romano. Sea como sea, dan un toque misterioso al lugar que lo hace aún más mágico. La cisterna es enorme (del tamaño de una catedral, literalmente: unos 143 metros de largo por 65 de ancho) y caminar por ahí dentro, con esa luz tenue y el eco del agua goteando, es una experiencia muy especial. Sin duda, uno de esos sitios que te hace sentir que estás dentro de una historia antigua.

Teníamos claro que una tarde queríamos cruzar a la parte Asiática de Estambul para ver el atardecer. Así que, sin dudarlo, cogimos el ferry hasta allí, pagando con la tarjeta de transporte y lo cierto es que fue un trayecto rápido, práctico y económico. Vimos el atardecer desde el paseo, con la Torre Doncella de fondo, ¡simplemente espectacular! Fue uno de esos momentos mágicos: la luz dorada, el color cambiante del cielo, el ambiente tranquilo... super bonito!

Me encantan los gatos y comparto mi vida con dos preciosidades en casa, son mi compañía incondicional y no puedo dejar de mencionar que Estambul también es conocida como la "ciudad de los gatos", y con razón. Se estima que más de 300.000 felinos callejeros deambulan libremente por sus calles, convirtiéndose en parte intrínseca de su historia y su paisaje. Lo más bonito es ver la relación tan respetuosa y cercana que los ciudadanos tienen con ellos; los cuidan como si fueran de todos. Los ves por todas partes: acurrucados en escaparates de tiendas, durmiendo en cafeterías, persiguiéndose por los parques, posando tranquilamente en lugares emblemáticos o incluso esperando el tranvía contigo. Se cree que esta enorme población gatuna desciende de los gatos egipcios que llegaron a Turquía durante el Imperio Otomano. ¡Imagínate la historia que llevan en sus genes! Y lo mejor es que el compromiso con el bienestar animal es real. En 2021, el Parlamento turco aprobó una ley pionera que clasifica a los perros y gatos como "seres vivos", prohibiendo su venta en tiendas de mascotas y estableciendo penas de hasta cuatro años de prisión por maltrato animal. Es un gran paso que demuestra la sensibilidad de la ciudad hacia sus amigos felinos.

¡Sabores Inolvidables de Estambul!

Una de las mejores partes de cualquier viaje para mí es, sin duda, la comida. Y en Estambul, los sabores fueron tan inolvidables que varios lugares se quedaron grabados en mi memoria. Comenzando con los restaurantes, el primero que fue un gran acierto es el Garden 1897 Restaurant, muy cerca de nuestro hotel. ¡Nos encantó! El lugar es precioso y tiene un ambiente súper agradable. Allí degustamos la típica pizza turca, entre otros platos, todos ellos muy bien presentados y con una calidad excelente. Además, el precio nos pareció muy razonable, unos 15€/persona con cerveza turca incluida, que por cierto me encantó. Un lugar totalmente recomendable para una cena especial.

El segundo, más económico pero no menos auténtico, fue el restaurante Nusret Nusr-Et Steakhouse Nuruosmaniye, recomendado por nuestro guía. Aquí el ambiente es genuino y el personal, muy amable. Probamos la reconfortante sopa de lentejas rojas y un delicioso kebab de cordero. Te diría que, en general, la comida turca es riquísima y muy variada, ¡hay opciones para todos los gustos!

Y para hablar de postres, ¡La baklava! Normalmente no soy mucho de postres, pero esto no era solo un dulce; fue toda una experiencia. Encontramos este lugar increíble, Mustapha's, recomendado por nuestro guía turístico. Es famoso por su enorme variedad de dulces turcos y tiene un ambiente histórico asombroso. Tienen varias tiendas por la ciudad, algunas de ellas enormes, con varios pisos. Puedes comprar dulces para llevar en la planta baja y luego subir para sentarte y saborear tu selección.

¡Y vaya si la saboreamos! Probamos la baklava de pistachos y nueces, y sinceramente, era divina. Estaba perfectamente crujiente, no demasiado dulce y tenía un sabor tan único. Aprendimos que Mustapha's la elabora con masa filo hojaldrada y un rico relleno de pistachos y mantequilla, y no usan conservantes, aditivos ni colorantes. Eso significa que solo dura de 3 a 5 días a temperatura ambiente una vez abierta, pero créeme, esa frescura es lo que la hace tan increíblemente deliciosa. Tengo que confesar que estas pastas me robaron el corazón (¡y el paladar!). Cada tarde, nos deleitábamos con un par de ellas. Se convirtió en nuestro pequeño ritual. Lo realmente genial de Mustapha's es cómo empaquetan todo. Si quieres llevarte algo a casa como regalo, lo preparan en cajas especiales que mantienen la baklava fresca y perfecta para tu viaje. Es un buen detalle que en casa fue todo un éxito. ¿Has probado la baklava alguna vez? Si no, pruébala un día, no te arrepentirás!



Y para terminar, si tuviera que definir Estambul en pocas palabras, diría que es una ciudad bonita y muy intensa. Una metrópolis que se vive con todos los sentidos. Está llena de cultura en cada mezquita y cada mercado, de olores a especias y dulces que te envuelven, y por supuesto, de sabores que te transportan. Sin duda, un destino que te deja una huella profunda y te invita a regresar una y otra vez para seguir descubriendo sus infinitos encantos.

¡Gracias Estambul, ha sido un placer!
”Tesekkürler Istanbul, memnun oldum”🙏


Nuria Martrat